El proceso
espiritual que nos lleva a experimentar la santidad es en el que convergen dos
elementos esenciales. El primero, la gracia de Dios que nos toca y nos imparte
la semejanza de Cristo. Y el segundo, nuestra voluntad que se rinde al Señor y
nos mueve a tomar las decisiones necesarias para alcanzar los cambios que
anhelamos.
Jamás tocaremos
las alturas de la santidad de Dios sin que Él sea quien la imparta. La obra
perfecta de Cristo en la cruz es la fuente de la que emana tal bendición. Su
sacrificio substitutivo por nuestros pecados y su resurrección victoriosa
aseguran a los creyentes la dicha de gustar de la piedad durante nuestra
presente vida.
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